Cristina Gámez

Desde la naturaleza

Jorge Mora

 

Pliegues Cristina

Según el mito griego, tres diosas hermanas veneradas desde mucho antes que al propio Zeus, se dedican a hilar y tejer el destino de los hombres desde su nacimiento, son las Moiras. La menor de ellas, Cloto, está presente en el momento del nacimiento y es la que lleva los ovillos de lana con los que se va hilando; dorada y blanca para los momentos de felicidad y negra para los momentos de dolor. Láquesis, la hermana mediana, es la encargada de la rueca, de ir enrollando perfectamente ese hilo en el devenir de la vida del individuo hasta que la mayor, Átropos,  corta con sus tijeras de oro el hilo, marcando su inexorable muerte.

La vida del hombre y la historia del tejido van unidas en una antiquísima metáfora artesana ligada a nuestro ser social y al origen psicológico del vestido. Tejer es un acto de la naturaleza y de la naturaleza del hombre, como tantos otros que reproducimos de ella en infinitas escalas. No es casualidad que lo textil se encuentre íntimamente vinculado a la mujer, no por oficio como podríamos pensar (esta imagen es mas bien un aspecto cultural), sino por naturaleza. Lo femenino es generador de vida. El mismo mito de lo femenino por el cual desde  las culturas más primitivas se ha sentido miedo o atracción, está estrechamente relacionado con la capacidad natural de la mujer de tejer vida. La naturaleza es una mujer de inconmensurables proporciones y mismos atributos.

Los Pliegues de Cristina son tejidos que se hilan, como el mito, en una dinámica de tres movimientos de un compás. Son telas que se desbordan de su utilidad en busca de sus dimensiones posibles. Sus inquietudes de trama son el ritmo y el patrón sobre los que la artista se reconoce y cavila. Una pauta que nace del interior y se propaga hasta la cadencia de la máquina. Los Pliegues al final del camino habrán sido tocados por la memoria al quedar impresos en ellos el cómo fueron en algún momento. Un proceso que tiene mucho en común con la naturaleza de las experiencias. Habría que acotar que la memoria en este caso es un producto inevitable del proceso y no la primera intención.

El primer movimiento nos traslada a la figura de la tejedora, a la hilandera. La artista se recoge en un mundo de acciones que dan a luz una trama. La manualidad como principio transformador es el nacimiento de las posteriores intenciones artísticas. El arte nace rara vez del azar y del amontonamiento casual; se apoya en las capacidades manuales y mentales del artista.  Entonces, ¿el razonamiento abstracto que existe entre la artista y su trabajo toma posesión del tejido?: si, y en ese devenir, sorprendentemente relacionado con el orden de las cosas, proporciona un compás a modo de damero de lo posible. El segundo movimiento desentierra los versos secretos del hilado. El uso y el abandono nada fortuito de la tela fabricada provocan un cierto caos físico que altera la forma en que ésta salió de la artista. Surge la memoria en la prenda. Cada arruga de un roce, cada pliegue producto de una alteración que las manos practican a la urdimbre generan una experiencia y un patrón, convirtiéndola en protagonista de un espacio.

La trama como eje central y debilidad académica de Cristina se recoge y toma su fuerza en los pliegues. Del desorden vinculante que hay en éstos surge clara la idea básica de este trabajo. El tercer movimiento genera los esquemas que, como si fueran experiencias, quedan indelebles y sin retorno en una instantánea con cierto aire brujo. Es ahora cuando la artista que ya ha sido Cloto y Láquesis de su propia obra, la que corta el hilo. No para dejarla muerta en ese lenguaje cojo y mudo del desorden de un objeto-concepto, sino para volver a darle vida  en una segunda oportunidad.

En su “nueva vida”, el tejido cumple un designio que ignoraba le estuviera escrito. Ciñéndose a un bastidor como límite inteligible se convierte en lienzo. Llevará impresa la impronta de lo que fue, como una perspectiva, una imagen que queda de esa memoria que acordamos era residual. La simetría y el esquema seccional que emanan de la confrontación de los pliegues en el espejo a través de la imagen digital,  hacen surgir del lienzo presencias intrigantes. Creo que en síntesis el espejo es un generador de patrones, tramas e igualdades. Un ejercicio para corroborarlo sería colocarnos entre dos y ver como nos repetimos infinitamente en un corredor ilusionista.

El hacer de la artista ha bordado un lienzo esculpido luego a lápiz y  pincel. Una sábana vertiginosa de vaivenes y placeres, una impronta de algo que sensiblemente ocurrió. Los pliegues nos hablan de la vida y de las sensaciones desde el territorio de lo visual y táctil. El sentido artístico está en el proceso generador de las obras. La metáfora es el espejo que nos ofrece de  la vida. No podemos despegar la vista del brillo de las cimas ni de lo oscuro de los abismos de estos pliegues sin percatarnos de lo perpetuo de la naturaleza y de lo eterno femenino. Ambas  llevan la vida y el movimiento en un patrón de equilibrio. Pliegues apegados a una regla no escrita, cargados como la mujer, de reflexiones y pasión.